Eva Lara

Fragmentos 
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Xoán descubre el ídolo

Se sentó en la silla y colocó aquel objeto, aún envuelto en la tosca tela, frente a él sobre el escritorio. Por algún motivo no se decidía a desenvolverlo y se lo quedó mirando durante un buen rato, sin saber qué hacer. Finalmente respiró profundamente y agarró con decisión ambos extremos de la cuerda, dispuesto a deshacer el nudo y desenvolver el objeto que con tanto celo había ocultado su padre. Mientras el nudo cedía ante los movimientos precisos de sus dedos y retiraba lentamente la arpillera, Xoán movía la cabeza a un lado y al otro, con los labios apretados, seguro de que aquel objeto le complicaría la vida. Lo que no sabía aún era hasta qué punto.



Una extraña visión

El océano lo envolvió como una manta fría. El pánico había llegado segundos antes, con el convencimiento de que aquel era el momento en el que moriría, el instante en que notó que su pequeño cuerpo se precipitaba hacia el agua. Al principio y por instinto había empezado a agitar los brazos y las piernas con la esperanza desesperada de mantenerse a flote, pero una fuerza más poderosa que sus ansias por sobrevivir tiraba de él hacia abajo, inexorable y despiadada, hasta conseguir sumergir su cuerpo por completo.

Durante unos instantes pudo ver sus propias manos agitándose ante él, como en rápidos flashes que se alternaban con el dolor del agua salada entrando invasora por su nariz y arrasando las fosas nasales, el escozor en los ojos que probablemente se abrían y se cerraban de forma involuntaria y el sabor fuerte e inequívoco del océano en sus papilas cada vez que abría la boca para intentar gritar. La insoportable agonía se mezcló con el horror de estar presenciando los últimos minutos de su corta vida, y un pensamiento fugaz atravesó su mente abotagada como un rayo, una pregunta desesperada, ensartada a la imagen del padre inmóvil en la cubierta del barco: “¿por qué?”.

Una enorme presión en la cabeza amenazaba con destrozar su mente, pero esto no ocurrió, solo quedó un silencio absoluto y, después, la oscuridad.

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